Sentirse fuerte, hábil, útil, creador e independiente es inherente de una vida feliz.
Ser agricultor y gozar de salud y libertad para levantarse a realizar alguna labor agrícola, antes de la salida del sol, es sin duda, una satisfacción.
Por
otra parte, cuando ese bien común (tiempo y radicales libres), tornan músculos,
cutis, osamenta y memoria en algo ausente de atractivo y menos lúcido, también
otras demandas comienzan a apremiar: ¿Quién continuará
labrando las tierras?
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reemplazo es irremplazable. Repartir herencia o dejar testamento es valioso y acertado.
Pero, ¿cuántos de nosotros, quienes tenemos derecho a herencia, deseamos dejar
la ciudad y regresar al campo?
Aquí aplica ese adagio en inglés que dice: “Preaching to the choir”—“predicándole al coro” o “evangelizando a los ya convertidos” o “a Noé le vas hablar de lluvia”. Muy probable, quienes leen esto, no necesiten ninguna mención, porque ya son agricultores; pero a nivel macro, como población, como sociedad, como economía, como Estado, este tema y la vitalidad de la agricultura es indispensable.
Incentivar jóvenes para que regresen a sus pueblos natales a trabajar es una política del Concejo de Agricultura de Taiwán, también, de otros países asiáticos. Durante los últimos dos años, conferencias a nivel regional han sido organizadas para presentar propuestas, políticas, programas y resultados de cómo están cautivando nuevas generaciones para que retornen al campo.
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