Todo agricultor, quien haya cultivado sucesivamente por un par de años bisiestos, seguramente ha evidenciado las bondades e inconveniencias del clima en sus cultivos.
Por un lado, conoce las influencias meteorológicas positivas, la benignidad de días soleados, la fortuna de precipitaciones regulares, la frescura de trabajar en días con brisa.
Por otro lado, más de alguna vez ha vivido días que demandan fortaleza mental; esos momentos que ponen a prueba la razón de la empresa y la capacidad de recuperarse de frustraciones; los vientos que dejan ramas quebradas, frutos inmaduros tirados, plásticos rotos y arcos de invernaderos torcidos o galpones sin techo; las inundaciones que simplemente son imposibles de drenar y que terminan pudriendo raices y tallos; las granizadas que magullan, cortan y deterioran frutos; las sequías que marchitan hasta la raíz apical más profunda; las heladas que purgan inflorescencias de la esperada cosecha y continúan indiscriminadamente hasta desfoliar todo el árbol. ¿Qué hacer? Acudir al seguro agrícola; y, ¿qué sí es inexistente? ¿Más opciones?
Después de dar vueltas entre pseudo-tallos caídos, tronchados, y de contemplar la perdida e implicaciones que esto significaría para el dueño y el Estado,
comenzamos a notar diferencias entre tutores: ¡Unos resistieron la
sacudida, otros cedieron!
Tutor
sin revestimiento
Tutor
con revestimiento
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